Esto es complicado y como todo lo interesante es también agridulce. Yo aprecio mucho a la revista Bostezo y a las personas implicadas en ese proyecto, es tal el amor que les profeso que muchas veces sueño con que soy un fideo de sopa perdido entre las barbas de su editor. Las razones de ese amor son muchas y variadas pero si tuviera que elegir la más superficial es que se edita en papel bonito y si tuviera que elegir la más egoísta sería que me pidieron ser colaborador suyo en un momento en el que estaba arruinado económica y académicamente. También aprecio mucho el País Valenciano que es donde me hice medio persona (work in progress) y donde están mis familias y mis amigos. Pero cuando Bostezo me pidió que reflexionara sobre ese pedazo de tierra, bañada por el sol y parcelada por la especulación para su número que acaba de salir “Valencia y (p)resentimiento” se me cayó el mundo encima porque me di cuenta que era un valenciano viviendo en Madrid y a la vez un madrileño veraneando en Valencia. Así ni puedo dejar de poner cara de estupor cuando pregunto “¿para la línea Vodafone-Roja?… por favor” ni puedo dejar de decir “¡¡Qué bien vivís en Valencia!!, pero…¡¡qué bien vivís!!” cada vez que os visito mientras veo las carreras de mis amigos y amigas, de 30, 40 y 50 años (algunas vinculadas a CulturArts) yéndose al garete o desembarrancando antes de empezar. Encima Bostezo me pidió que escribiera algo sobre el mal rollo valenciano y esto es lo que salió: una gran cantidad de bilis que esconde que en casa lloramos (literalmente) cada vez que Radio3 pone “València no s’acaba mai“:
El artículo se ha publicado en la versión online, para la de papel eligieron uno antiguo que escribí para desaparecida y llorada “Eines” llamado “45.000 jugadores de golf” además de una crítica al libro de Emilio Bueso “Cenital”.
Bajo el influjo del mal rollo mediterráneo
1. Un concejal de urbanismo de un pueblo alicantino que utiliza frecuentemente la palabra “democracia” posee memorabilia franquista en su casa –un cenicero con la forma del Valle de los Caídos- y asiste a sangrientos combates de vale-tudo en olvidadas naves industriales donde apuesta grandes cantidades de dinero en compañía del presidente de una asociación de prostíbulos que ha convertido su organización empresarial en una especie de fuerza paramilitar de ultraderecha que realiza regularmente batidas de inmigrantes.
2. En uno de los establecimientos de esa organización que se puede encontrar en toda la costa valenciana una de las máximas atracciones es una línea de telesillas muy parecidas a las utilizadas en las estaciones de sky donde las prostitutas cuelgan y sobrevuelan las cabezas de los clientes. Las prostitutas intentan sonreír y hacer movimientos elegantes que las conviertan en figuras etéreas pero pronto se acaban pareciendo a chorizos o jamones colgados, carne inerte dispuesta para ser consumida. Un cliente, un trabajador casado de una entidad bancaria que ha sido trasladado de oficina debido a las amenazas de los habitantes de un pequeño pueblo por la venta de unas acciones que no resultaron ser tan provechosas como predijo, se aburre del espectáculo y decide elegir a una de las chicas de la barra. Para seleccionarla realiza siempre el mismo protocolo: se sienta al lado de ella, le da un poco de conversación y jugueteando acaba introduciéndole una moneda por la vagina, separando los labios mayores e introduciendo un euro como si fuera una máquina recreativa. Es algo que le excita mucho y que le recuerda a sus éxitos laborales…
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